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Fernando Follos, Jacobo Moreno.

 

Si una de las premisas esenciales de una Smart City es cubrir las necesidades y expectativas de sus ciudadanos, es esencial que la ciudad garantice la disponibilidad de recursos y un entorno de desarrollo compatible con la mejor calidad de vida de sus ciudadanos, lo que supone que:

  1. Se garantice en todo momento la disponibilidad y calidad de los recursos que requiere el ciudadano, que formarán parte de las entradas o suministros a la ciudad, como pueden ser: un agua de calidad, un aire limpio, un abastecimiento de energía estable y suficiente, un suministro de alimentos de calidad, así como una distribución adecuada del resto de recursos necesarios (equipos, máquinas, materiales, vestimenta, etc).
  2. Se disponga de medios para reducir y tratar los impactos ambientales generados en el uso de los anteriores recursos, que en la mayoría de las ocasiones terminan generando emisiones, vertidos y/o residuos, así como pérdidas de energía, que repercuten en la calidad de la ciudad, su entorno e incluso sus propios recursos.

Para lograr compatibilizar medio ambiente y ciudad, y conseguir así que una ciudad pueda denominarse como “Smart City”, es evidente que resulta necesario acudir a los conceptos de cierre de ciclo y economía circular aplicándolos en toda su extensión a los flujos que conforman los servicios de la misma.

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No se trata de transformar el entorno para que acoja a la ciudad, sino de adaptar la ciudad para que se integre en el entorno sin afectar a su capacidad de asimilación.

Se trata de adaptar el consumo de recursos en la ciudad a la capacidad de suministro del entorno en el que se asienta, teniendo en cuenta la evolución temporal del mismo.

Se trata de autogenerar los recursos que se precisan para el funcionamiento de la ciudad, promoviendo opciones más sostenibles, como el cultivo indoor o el uso de energías renovables y la autogeneración.

Se trata de suministrar servicios y promover hábitos de vida compatibles con el concepto de sostenibilidad urbana e integrar a ciudadano y ciudad en el entorno en el que habitan, adoptando modelos de movilidad sostenible, construcción bioclimática, etc.

Pero sobre todo, y fundamentalmente, se trata de cerrar los ciclos abiertos en cada caso y de procurar que las salidas generadas en el funcionamiento de una ciudad (residuos, vertidos, emisiones, ruidos, contaminación lumínica, etc) no se conviertan en impactos ambientales sino en recursos de consumo. Se trata de reaprovechar flujos y reconvertirlos en nuevos recursos para la propia ciudad o el entorno que la sostiene.

Nuestros residuos urbanos tienen que reconvertirse en nuevos materiales o en energía útil para la ciudad, nuestras aguas residuales no son más que agua con materia orgánica (carbono al fin y al cabo que puede servir también a la sostenibilidad de la ciudad), todos nuestros flujos desechados son, de hecho, susceptibles de convertirse en nuevos recursos para nuestra ciudad. Y este debería ser el principal objetivo de la Smart City, generar en la medida de lo posible una economía circular basada en el reaprovechamiento de las corrientes residuales generando productos de alto valor para la ciudad.

Es posible que hoy en día esto nos parezca una quimera, pero este es necesariamente el futuro por el que deben pasar nuestras ciudades si queremos llamarlas Smart Cities y que cumplan sus objetivos futuros de sostenibilidad ambiental.